Diálogo con la traición
- Jesús Frontado
- 9 ago 2020
- 1 Min. de lectura
Me temo que no es muy justo un saludo. Quién sabe; a lo mejor apretarías mi mano mientras te ingenias el cómo amputarme la otra, presa de tu perfidia y pasión alevosa. Llámame como quieras; incluso un apodo habrás traicionado cuando me vaya de aquí.
Es decepcionante verte allí, sentada, tranquila, haciendo tanto daño, rogando el amor de hombres de dos caras y una decena de pieles, pieles de mujer viva y medio-muerta, pieles de verde primavera, pieles de aroma a lujuria que no se parecen a la tuya. Pero eso último es fútil. Suelo olvidar que no te duele.

Como sea. Tengo tres minutos a partir del comienzo de mi esbozo, el que acabará con la guerra fría que no hube comenzado, pero que protagonicé. Lamento haber sido demasiado bueno para ti. Aunque ya no es hora de lamentarse. Es hora de:
Es triste
que la confianza hubo valido
lo mismo que un animal
podrido sin cabeza:
nada.
No detesto que me hayas mentido,
pues eso te corresponde,
detesto que ya, ni siquiera,
la verdad pueda creerte.
No entiendo para qué me odias
cuando al mismo tiempo me quieres
y te echas a un lado tú sola
como si nadie te quisiese.
Es, desde el alma, frustrante
que valores tanto tu tiempo
como alguna vez valoraste
mi amor, sacrificios y gestos.

Ojalá, a la próxima,
no seas egoísta contigo,
porque me causaste daño
y años más tarde lo escribo.
Estaré en las puertas del cielo
rogando que llegue tu olvido,
o al menos una disculpa,
pues yo no soy tu enemigo.
La única infiel en la sala
eres tú.
Aprovecha tu tiempo, como alguna vez aprovechaste del mío.
Adiós.

😍♥