Sobre la ética de los voceros del mundo
- Jesús Frontado
- 9 jul 2020
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 2 ago 2020

Es común que numerosos individuos -e incluso grupos de la sociedad- ubiquen a La Ética y a La Moral dentro de un mismo contexto, como tratándose ambas de exactamente lo mismo. Aunque etimológicamente estas dos palabras tengan parejo significado, gnoseológicamente divergen mínimamente en su aplicación.
Según Alvarado (2002): “La ética es la corriente filosófica que estudia las conductas humanas. La moral, el conjunto de valores, creencias y hábitos que procura una persona”.
La confusión de ambos términos surge directamente de sus raíces, puesto que la una proviene del griego y la otra del latín. Pero ambas rezan sintácticamente el mismo significante.
Comprendido esto, podemos tener una noción precisa de cuándo se habla de ética y cuándo de moral. Es de suma importancia tener cautela cuando se habla de estos tópicos; porque, si bien es cierto que guardan relación, su cercanía puede ocasionar una incomprensión dentro del contexto. Es momento de comenzar a definir cada significado por lo que de verdad significa y no por lo que se deduce, puesto que se originan las sincronías lingüísticas incorrectas. Como ha sucedido con la ética y la moral en los tiempos modernos, por no añadir otros ejemplos totalmente fuera de sitio.
Retomando el tema principal, la moral refiere a todos aquellos hábitos, valores y pensamientos por los que encaminamos nuestras acciones. Dichos sistemas pueden definirnos, dentro de parámetros éticos, como buenos o malos. Diversos filósofos indagaron en esta temática dejando su visión epistemológica al final; todas, a final de cuentas, comparten una característica común: el juicio sobre lo que está bien y lo que no. Mientras que para unos buscaba el bien común (Kant), para otros buscaba medios de adquisición de poder (Maquiavelo), tal como el par de figuras mencionadas. Uno más bueno que el otro: depende de la interpretación de cada uno.

El surgimiento de la Deontología
Para Porto y Merino (2012): “Deontología es un concepto que se utiliza para nombrar a una clase de tratado o disciplina que se centra en el análisis de los deberes y de los valores regidos por la moral.”
De esta forma, podemos entender la Deontología como una rama de la ética que se encarga de agrupar todo conjunto de valores y hábitos regidos por la moral, que tienen el fin de orientar una profesión. La Deontología es la responsable de “poner las reglas del juego” en un ámbito profesional. Por ejemplo: Un abogado, según la ética normativa (como también es llamada esta doctrina), debe basar sus actos sobre leyes oficialmente reconocidas por el estado. De lo contrario, se convertiría en un sofista. Este es un ejemplo de la Deontología aplicada a la profesión del derecho en general.
Pérez (2012), explica: “Lo habitual es que ciertas profesiones cuenten con un código deontológico, que es una especie de manual que recopila las obligaciones morales que tienen que respetar aquéllos que ejercen un trabajo.”
Cualquiera que se rija por las normas establecidas dentro de su área será considerado un buen trabajador. De lo contrario, pudiera rechazado por sus colegas y jefes. Cabe mencionar, para culminar la idea, que las intenciones de un individuo influyen sobremanera en sus raíces morales. De poco o nada sirve una buena acción hecha con mala intención; o viceversa. Aunque, para Inmanuel Kant, era más valiosa una acción errónea llevada a cabo con buena intención, pues le consideraba noble. Pese a que pudieren aprovecharse de dicho precepto.
Principios del periodista
Paz (2015), acota que el periodista debe actuar con una serie de razonamientos de por medio. De saltarse estos valores, dejaría de ser periodismo lo que está ejerciendo. Sería una falta de respeto. Los principios que menciona la autora en sus producciones intelectuales son los siguientes:
Dominio técnico
Apego a la verdad
Compromiso
Vocación
Respeto
Honradez
Del individuo actuar bajo estos paradigmas, fluirá ininterrumpidamente en el crudo y estigmatizado mundo del periodismo. Los periodistas son, comúnmente, criticados por la labor que realizan frente a la que los medios demandan. Por ejemplo, citando un caso de actualidad: si un periodista político reconoce los errores cometidos por el Presidente (E) de Venezuela. ¡Por muy lógicos y veraces que sean sus argumentos, será abucheado y rechazado y desplazado de su entorno laboral, por solo apegarse al segundo principio: la verdad! Mientras que otro, caso contrario al primero, con elogiarle sin basamentos fácticos será recibido, aunque no sea honrado. Es un asunto para debatir con responsabilidad.

Objetividad y realidad
La sociedad, frecuentemente, sentencia que un periodista debe ser “objetivo”. Lo que no ven –presas de su radiante egoísmo– es que aquello es, humanamente, imposible.
¿O acaso puede un objeto visualizar lo que ocurre en un momento determinado, redactarlo y exponerlo a la luz pública mediante un medio de comunicación social? ¡Es disparatado!
El periodista no puede ser objetivo porque, sencillamente, no es un objeto. Así lo menciona Espinoza en su artículo “Periodismo y ¿Objetividad?”. “No existe la objetividad en el periodismo. Ni tendría por qué hacerlo.”, Añade como introducción. Y no le falta razón.
Ahora bien, si en el periodismo no existe la imparcialidad ni la objetividad, ¿Qué debe ser el periodista?
Honesto; es esa la respuesta.
Todos vivimos en una misma realidad y tergiversar la información sería como tratar de modificar el curso del tiempo. Equivale a querer cambiar la realidad sin hacer nada. Por ello es importante que todo aquel que labore en un medio comunicativo sea honesto consigo mismo, más allá de serlo con su profesión; porque un mentiroso no dejará de mentir ni siquiera porque le cueste la vida. Y no hablo precisamente de morir. Las audiencias requieren información pura, real y veraz; es momento de procurar los principios morales de los hombres antes de inducirles una serie de principios normativos en el campo profesional.
Entonces…
En síntesis, Blaise Pascal dijo en su momento que el pensar bien es la base de toda moral. El comunicador social, trabaje para un medio de comunicación o por su propia cuenta, debe ir de la mano con la verdad. Sin importar que la misma, en ocasiones, vaya totalmente en contra de sus corrientes ideológicas, sentimentales o religiosas individuales. En lo personal, visualizo a cada periodista como una persona neutra, un ente casi extraordinario, capaz de resistir acervos contradictorios que no cualquiera podría soportar. Pasa por críticas, bocas de chacales sin fundamento, situaciones peligrosas… y nunca deja a la verdad de lado. A eso se le llama vocación.
El periodista es intransigente ante los alegatos. Siempre va más allá de cada palabra, cada gesto, cada acontecimiento. Le mira la cara a la muerte y, en lugar de acobardarse, le estudia y expone sus verdades, sus virtudes y defectos; las razones por las que debería ser ella y no él quien debería tener miedo en tal ocasión. Pero no caigamos en lo poético. El comunicador social no es objetivo desde el mismo momento en que jerarquiza la información para exponerla, puesto que su modo de consideración ante una serie de datos difiere a la de sus colegas o compañeros de medio. Así se vuelve humano. Y si es humano, puede ser honesto, aunque no siempre se da el caso de que florece la honestidad.
Para finalizar –y no por ser “lo último” es menos importante–, considero firmemente que el periodista no debe tolerar ninguna forma de censura y mentira. De sucumbir ante alguna expresión de estas aberraciones destructivas, dejaría de ser honrado. Sin la honra no hay respeto, ni existe el apego indeleble a la verdad. No obstante, puede presentarse el caso de equivocación. No hay que satanizarlo por ello. Habría que reprenderle si no lo reconoce. Puesto que caer en contumacia equivale a mentir… y allí, de nuevo, se acaba la honestidad.
La moral de los comunicadores sociales pende sobre un hilo etéreo en la actualidad. Es momento de convertirse en ejemplo de los periodistas que deseamos en Venezuela y el mundo antes que lamentarnos porque no los vemos en los medios ejerciendo su profesión como se debe.
Seamos el ejemplo de lo que anhelamos; no tendremos que desear nada nunca más.

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