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El hogar

Actualizado: 29 jul 2020



Últimamente he leído tantas historias que ya ni siquiera reconozco la mía. ¿Estoy viviendo? O solo pasando el tiempo. A lo mejor en eso consiste la existencia misma: esperar que algo pase, actuar sobre ello o no, continuar; todo se detuvo, menos el reloj, hace rato ya. Mi mundo se divide en un antes y después del confinamiento: el uno lleno de anécdotas, caminos y cambios; el otro… por nada.



El hogar es, ahora mismo, la universidad, las calles de Valencia y el futuro, pues allá fuera todo es gris y deprimente, sin mencionar aquel patógeno monarca que acecha desde no sé dónde. Ayer, por citar un ejemplo, caminé a la sala y nada era diferente: el servilletero floreado al centro de la mesa, el televisor con señal perdida, la luz del sol calcinante a la ventana, el sofá sin nadie sentado. Yo de pie sin propósito. Simplemente nada.


Después flanqueé el garaje cercado por un enorme portón negro del que casi me había olvidado, oxidado y sollozante por la ausencia matutina. El aire era ligero, como sin oxígeno. No sé qué día era, ni qué día es hoy, pero sé que son tardes de mayo. Vi hacia arriba y no había cielo, sino nada. Mis audífonos reproducían un rock que sonaba como el viento: fuerte y sobrecargado de nociones, gestos y armonías que no cualquiera entiende o siente o percibe.


Hace rato un pueblo reclamó sus derechos por allá en occidente. Antes, China anunció que estaban probando cinco vacunas contra el escurridizo enemigo, mientras que en casa todo seguía en su sitio aunque lo quitara del medio. Isabel Allende y Paula en espíritu me consuelan solitariamente mientras escribo, señalando entre letras que todo podría salir mejor muy pronto, pero no les creo.


Entre las fronteras del norte los médicos, héroes indiscutibles y admirables de esta hecatombe, reyes de la vitalidad y curanderos enviados del cielo, debaten en plena opinión pública contra el presidente, alimentando la angustia y la calma al mismo tiempo. Yo solamente pienso en cómo saldar la deuda para con ellos, cuando todas las gracias del mundo serán siempre insuficientes.


Ya no sé qué historia ocurrirá mañana, día desconocido también. Cuando llegue no tendrá fecha, ni hora, ni tiempo… sino nada. Ni siquiera sé si estoy viviendo tales travesías o solamente las leo, pues todo sigue inquieto como algún servilletero en mitad del universo. Todo parece nada. Iré abajo, afuera y veré arriba… otra vez.



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Valencia, Edo. Carabobo, Venezuela.

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